Después
de un día entero de calmantes, logré recobrar la cordura y la tranquilidad. Le
pedí a mi madre que llamará a Daniel. Unos minutos después entró Daniel a mí
habitación, y me dio un beso en la frente. Platicamos sobre lo ocurrido y me
dijo que su amante los había chocado de costado y que se había fugado del
lugar. Tuve que interrumpirlo y con lágrimas en los ojos le confesé todo lo que
había hecho: lo de mi tesis, el sugerirle a ella que le pidiera formalizar su
relación, el provocarlo para que me convirtiera en su amante; y, que el día
anterior al accidente había ido a buscarla para decirle lo que pasa entre él y
yo. Muy sorprendido y podría asegurar que dolido por mi confesión, salió de la
habitación. Llamé a una enfermera para que me ayudara a levantarme de la cama e
ir a ver a Sebastián. Ahí estaba Daniel, con los ojos inundados de lágrimas, le
pedí que me perdonara, pero él solo me ignoraba.
Decidí
dejarlo en paz y fui a buscar al médico que atendía a Sebastián. Me dijo que,
como el choque había sido en la puerta del asiento de Sebastián, él había
salido disparado de su asiento hacía el parabrisas y que ese golpe le había
ocasionado varias fracturas: en una vértebra, en su brazo izquierdo, una
pequeña fisura en la cabeza y una rotura de fémur. Dijo que todas las fracturas
estaban fuera de peligro, pero que la rotura de fémur aún necesitaba
observación, pues debían descartar que la operación haya sido fallida.
En
ese instante sentía como el odio y el rencor corría por mí cuerpo. Tenía ganas de ir tras ésa mujer y arrancarlé la
cabeza.
Daniel
y yo hemos decidido tener una relación cortés mientras mi niño se recupera,
pero que después de eso tendríamos que hablar muy seriamente de lo ocurrido.
Dijo que yo no era culpable del todo, pero, que tendríamos que decidir qué
queríamos para nosotros como pareja.
El
doctor me dió de alta hace ocho días, pues la crisis de nervios por la que pasé
había desaparecido. Al día siguiente, fui a la casa de la ex amante de Daniel a
la hora que sale de casa para ir a trabajar. Antes de que saliera, dejé una nota
en su puerta que decía: “Cada día que me veas frente a tu puerta, será uno más
en el que mi hijo esté luchando por no perder su pierna gracias al accidente
que tú provocaste”. Al salir leyó el mensaje, volteo a verme e intentando
ignorarme comenzó el camino hacia su trabajo.
Hoy
se cumplen ocho días desde la operación de Sebastián. En estos días no he
dejado de visitar a esa mujer, recordándole con mi presencia el daño tan grave
que ha causado en un niño inocente.
La
realidad es que sofocó a ésta mujer intentando lavar mi culpa, pues aunque aún
no lo acepto del todo, la culpable soy yo. Pero, no podría vivir con esa carga
en mi conciencia.